Caravaggio: La gloria de la luz en el misterio de las sombras

Contemplar cualquier cuadro de este grande artista barroco nos permite descubrir el universo personal, psicológico y espiritual de un hombre peculiar. Temperamento fuerte, crítico, confrontador. Estilo revolucionario. Aprendió los moldes clásicos de pintar, admirando las obras y el estilo dulce y armónico de paisanos, Rafael Sanzio, Miguel Ángel. Pero Caravaggio sabía que el artista no es el que repite, sino el que evoluciona.

No pintó para corte alguna, pues se consideraba un espíritu libre y no quería seguir los cánones que la nobleza requería. Pintaba para las iglesias, personas de posición alta en la sociedad, y las grandes sumas de dinero que recibía se las gastaba en su vida desenfrenada moralmente: tabernas, mujeres, juegos, vicios, etc. Quizás fue su carácter duro e implacable que lo condujo a ese camino moralmente desordenado.

Un genio del arte, pero una vida que zigzagueó las glorias del pincel y los placeres del mundo. En su juventud mientras jugaba en una taberna romana perdió una apuesta y, al pleitear con el adversario en medio de su embriaguez, le clavó un cuchillo y huyó. Caravaggio se convertía así en un Caín, vagabundo y errante por el mundo, huyendo de su propia sombra. Se escapó a Nápoles. Allí pintó varios cuadros con temas religiosos para las capillas e iglesias.

Luego estuvo durante un año en la comunidad de Malta, siempre a escondidas, escapándose de su realidad: un asesino huidizo. Teniendo una vida trajinada entre belleza, placeres y huidas, vivió poco. Murió vagabundeando por las playas del sur de Italia, Nápoles, teniendo el mar y el cielo como testigos de una vida errante que, al fin y al cabo, nos dejó a través de su arte un intento loable de percibir quoadnos la Belleza Ejemplar y Eterna que subsiste en sí misma.

Caravaggio fue un revolucionario del arte. Paladín de la pintura barroca. Pintó temas profanos y sacros. De una psicología endurecida por la vida desenfrenada no se podía pedir un arte idealista. Fue un eximio realista. Pintaba lo que veía, fuera lo bello o lo feo. Para él lo bello es lo natural, lo que es real. Rechaza las formas idealistas clásicas. Como exponente del barroco impregna sus cuadros de sentimientos, exaltaciones de las emociones, el drama incluso a veces descarnado, crudo, real.

Las sombras sobre las que descansan los escenarios, los temas, los personajes de sus cuadros reflejan- quien sabe- las profundidades de su espíritu, la oscuridad de su alma. Pero las sombras sólo tienen sentido de existir en el conjunto de su arte porque al mismo tiempo la fuerza de la luz recae sobre los personajes y sobre el tema que quiere retratar, estableciendo en la historia de la pintura la técnica del claroscuro.

Sus figuras parecen verdaderas fotografías. No desdeña el realismo de las arrugas en las frentes, de las contracciones del rostro, de las miradas vivas, de las venas saltando en los brazos, los puños, del movimiento de los cuerpos que dejan escapar un diálogo vivo, casi si los pudiéramos escuchar. Y aunque tratara de temas sacros no tenía reparo en usar personajes de un nivel social bajo, a veces de aspectos groseros, rudos o desagradables, casi fueran sus amigos de taberna. Lo que no significa que también combinaba figuras jóvenes y armónicas de aspectos distinguidos y bellos, sobre todo sus ángeles.

Grandes temas de Caravaggio: La vocación de San Mateo; La duda de Santo Tomás; La decapitación del Bautista (la única que firmó en recuerdo de su asesinato); dos cuadros sobre San Mateo; Sepultura de Cristo; El sacrificio de Isaac; Madonna de Loreto; Baco; etc.

No cabe duda que los cuadros de Caravaggio son inspiración para entrar en el buen gusto de la belleza categorial. Pero también es cierto que son vías humanas para encontrarnos con la Belleza Eterna que es Cristo, el mismo varón de dolores que no tenía belleza ni aspecto para que nos fijáramos en él. Y, sin embargo, la humanidad siempre mirará al que traspasaron. Conocida es la expresión de Dostoievski en el Idiota: “sólo la belleza salvará el mundo”. Sin embargo, afirmando esto, nos dejó simplemente la tarea de cuestionarnos: ¿Cuál belleza? Por eso, la belleza del arte y del genio de Caravaggio es sólo el camino por el que se nos ha facilitado el encuentro con Dios mismo. La vida espiritual desde luego, partiendo de las bellezas categoriales que son “semillas del Verbo”, crece y se ancla en la Belleza Eterna y Ejemplar, Fuente y Fin del movimiento de los pinceles, del juego de colores y del ingenio de todo artista.

Si hay algo que podemos aprender de Caravaggio es su aceptación profunda de que lo bello es la realidad, lo que se nos da y se ve. Por eso, no es más espiritual el que se aleja de la carne de Cristo en los demás y del drama de este mundo, sino el que lo contempla y lo abraza como es y cómo se presenta. El arte de Caravaggio nos muestra que la realidad humana, que en muchos momentos se entrelaza con aquella divina,- como en sus temas- es un claroscuro. La fe es creer lo que no se ve, escribe el apóstol Pablo. Por tanto, es sólo en medio del claroscuro que nuestra mirada se centra en lo esencial, es decir, en lo que se ilumina- como en el cuadro de Caravaggio- cuando el espectador capta el tema fijándose en el personaje central iluminado por la fuerte luz que recae sobre él. En pocas palabras, las sombras nos hacen enfocar la atención en lo que es importante y lo que es central en el cuadro de nuestra vida tanto humana como espiritual.

Y, por último, la paradoja es clara: un hombre misterioso. ¡Éste es Caravaggio! ¡Un genio que con su arte nos hace pensar, asombrarnos y orar! Un “san Agustín de la pintura” que quizá fue alcanzado demasiado tarde por la gracia. No lo sabemos. Encarnó lo que el Doctor gratiae escribió: “Magna quaestio mihi factus sum” (Me he vuelto una gran pregunta para mí mismo). Es un misterio para nosotros porque él mismo fue un misterio para él. Su vida errante parece no concordar con su arte. Sin embargo, Caravaggio es el prototipo del hombre que tiene dentro de sí una lucha entre el bien y el mal, entre el pecado y la gracia, entre la fealdad y la belleza.

Si muchos de sus cuadros hablan de él, no cabe duda de que en varios de ellos Caravaggio está silencioso, escondido, opacado por su dramática suerte. Lo encontramos no sé si en las sombras o en la luz. Dios lo sabe. Lo cierto es que en la belleza de su obra cada uno puede encontrarse a sí mismo.
Fuente: catholic.net